“- Sergio, no se cuantas veces te lo tengo que decir- Repito elevando el tono más de la cuenta.
– Ay pesada que ya te he oído– contesta con rin tintín.
– Bueno , yo creo que no– exclamo autoritariamente.
– Que siiiiiiiiiiii, que valeeeeeeeee– ahora ya no contesta, canta.
– Pues parece que no lo entiendas– sigo haciendo hincapié en lo mismo con cierta indignación.
– Déjame en paz paso de ti– grita saliendo de casa y dando un portazo
– ¿Qué has dicho? luego cuando venga tu padre hablamos, yo solo intento ayudarte– grito abriendo la puerta de la calle sin pensar en un solo momento que vivo rodeada de gente.
– Mama escúchame– suplica con otro tono de entonación, creo que se ha dado cuenta de la contestación.
– No, no y no, ahora soy yo la que quiero que me dejes– recrimino cual niña pequeña
– Que difícil es hablar contigo a veces, de verdad– vuelve a girarse metiéndose en el ascensor.”
Ala, ya me ha vuelto a dejar el preadolescente éste con la palabra en la boca, la puerta en las narices, y la frasecita de rigor para que yo aprenda la lección.
Porque si, señoras y señores, ahora va y resulta que es conmigo con quien es difícil hablar…, y tengo que volver a bajar la cabeza y darme una colleja virtual, por que siendo completamente sincera con él y conmigo misma,” a veces es muy difícil hablar conmigo”.
Y es que aunque me considero una persona sociable, comunicativa ( he sido comercial toda la vida ¿Cómo no voy a saber hablar?), con facilidad de palabra y don de gentes, es verdad que cuando se ven involucradas determinadas emociones, todo parece saltar por los aires, convirtiéndome en niña, adolescente y hasta muda, desencadenando en ocasiones batallas interminables y malas reacciones tanto por mi parte como por la de mis interlocutores ( dícese hijos, pareja, compañeros de trabajo e incluso amigos).
Y vuelvo a preguntarle al Sr. Google que errores estoy cometiendo en mi comunicación, con el fin de dejarme de collejas (fuera culpa) y ponerme manos a la obra en mejorar esta parte de mí que yo creía bastante eficiente, pero que va a ser que no.
Y el Sr Google me dice que mi primer error es que a veces oigo, pero no escucho, y que no es lo mismo oír que escuchar, porque para oír no necesito prestar atención a la comunicación no verbal, al lenguaje corporal, a las emociones. Así que si en vez de oír a mi queridísimo preadolescente le hubiera escuchado, me hubiera parado a hablar con él, en vez de gritarle desde la otra punta de la casa ( y no, no vivo en un castillo), me hubiera dado cuenta de que, muy lentamente, se estaba preparando para moverse ( necesita sus tiempos), que no le apetecía nada irse a su actividad extraescolar, pudiendo haberle animado y motivado en lugar de exigirle e imponerle.
Y sigo indagando y veo que a veces digo lo que pienso sin tener en cuenta a los demás, diciendo únicamente lo que tengo en mente sin prestar atención a lo que mi interlocutor me dice, sin colocarme en la piel de la otra persona, sin interesarme lo más mínimo lo que me está transmitiendo. De esta forma, no me hubiera colocado en modo “madre autoritaria” “haz lo que te mando”, sabiendo de antemano que a mi preadolescente le iba a costar moverse, y que con ordenes y mandatos no iba a conseguir el resultado imaginado “voy mama raudo y veloz me levanto sin que me lo tengas que decir más veces”.
Y en otras ocasiones digo, pero no hablo, porque nuevamente no es lo mismo decir que hablar, a veces hablo mucho y digo poco. Y si me pongo a pensar en todas esas veces que el preadolescente y yo hemos acabado discutiendo, vuelvo a bajar la cabeza y ver que “la madre pesada” habla mucho, pero todo el rato lo mismo, y decir, pues la verdad es que digo poco, y lo que digo, creo que ya lo debe de saber (por repetición, “lo hago por tu bien”). ¿Cuándo van a crear ordenadores con teclas con emoticonos, porque en este momento necesito uno?.
Bueno, y ahora me dice que la falta de confianza es otro de los grandes errores en mi comunicación, y aquí si que casi casi que me echo a llorar, ¿falta de confianza yo? Pues sí, lo cierto es que la primera frase de mi conversación ya demostraba, o bien por el tono, o bien por la pose o incluso por las palabras utilizadas, lo poco que confiaba en que la orden en cuestión fuera acatada con la prontitud con la que yo deseaba, desconfiando de la respuesta, y por tanto poniéndome a la defensiva al minuto de haberla iniciado.
Y continuando con la reflexión que mi maravilloso amigo me esta haciendo, me habla de falta de credibilidad, falta de empatía, mala validación emocional, lenguaje no verbal pobre, falta de respeto, carencia de sentido del humor…y unas cuantas más que ya seguiré analizando, porque por hoy he tenido bastante.
Darme cuenta de que mi amantísimo preadolescente, una vez más tiene razón, es algo que ya tengo asumido y tener que acércame a él para darle nuevamente las gracias por haberme enseñado que tengo que mejorar en algún aspecto de mi vida, (más veces de las que me hubiera imaginado), no resulta nuevo para mí, por eso ahora toca, parar y resetear y empezar a cambiar el discurso aprendido por otro en el que escuche en vez de oiga, diga en vez de hable y no me ponga a la defensiva confiando en que ambos vamos a saber transmitir con empatía y respeto aquello que hasta ahora lo hemos dicho de forma equivocada porque EL está aprendiendo y YO estoy cambiando.